lunes, 11 de octubre de 2010

Lo peor no es la derrota (I)

lunes, 11 de octubre de 2010 11
Estábamos el viernes pasado comiendo en El Mejor y hablando de lo embarradas que venían las elecciones en la CTA. Alguien mentó una nota en TN de dos días antes, que todos habíamos visto, donde Yasky trataba de explicar, con una expresión perturbada y un poco almidonada, por qué los resultados en algunos distritos no eran confiables. En esa Walter Palena soltó una observación oblicua al asunto recordando una vieja frase de Vanrell. “Lo peor no es la derrota, es la cara de boludo que te deja”.

Me quedé un buen rato colgado en el efecto del chiste y pensando inevitablemente en Vanrell. Como de Gelblung o de Natalio Botana, contar anécdotas del Trucha es uno de los pasatiempos más divertidos y habituales de los que laburamos en esto. Con prescindencia de lo que son o de lo que nos inspiran, lo que une a los tres personajes es ser o haber sido agudos como la punta de un clavo, y condensar sensaciones expandidas del sentido común en dichos compactos, que se vuelven exitosos o risibles porque retumban como latigazos.

La única vez que entrevisté a Nito Vanrell fue a un año de entrar a Das Kapital. El venía de pasarse una buena temporada en Costa Rica prófugo de la Justicia que lo buscaba por ladrón de dineros del estado santafesino. Fue un sábado a la mañana en las mesas de afuera del bar Pasaporte, en la primavera del 94. A último momento Rubén Galassi, que era mi jefe, dijo que me acompañaba.

La charla fue larga y encantadora. El se declaraba un perseguido, hablaba de la mala fe de sus enemigos, de sus melancolías del poder, de la selectiva hipocresía de los jueces. Y yo, que me había estudiado un expediente con los desfalcos descomunales que se le atribuían, me empecé a sentir como Ulises amarrado al mástil escuchando a las sirenas, incómodo de hallarme tan cómodo. En algún momento se refirió a la etapa costarricense como “mi exilio”. Ahí vi abrirse el filón para recobrar mi posición de periodista inquisidor-ciudadano indignado y lo interrumpí: “¿Qué exilio? Usted se fue allá escapando de una causa penal por malversar fondos públicos”.

El la dejó pasar y siguió hablando, tendiendo puentes, sonriendo, mirando a los ojos. Pero cuando ya habíamos terminado recogió esa piola.

-Hay que ser cuidadoso, no hay que enojarse, todos tenemos nuestras manchas. Los periodistas hablan como si fueran novicias del Vaticano. Pero todos tienen su precio. ¿Sabés por qué lo digo, querido? Porque yo los compré a todos.

Para pronunciar la última parte de su cuasi monologo se había arrimado triunfal, quedando casi contra mi mentón, y achicado el tono de voz hasta volverlo un ronquido. Recordaba a Pedro Navaja y a todos los matones románticos de las canciones de Blades. Logró intimidarme un tanto, pero como pude balbuceé que no me convencía, que no todos cobran ni a todos les interesa hacerlo. Fue entonces que el Trucha, rápido como cuando estampaba firmas en las órdenes de pago del Senado, decretó que era el momento de aplastar al principiante:

-Muchos obedecen igual aunque no cobren, querido. Pregunta a los empresarios o a tus jefes máximos. Lo que se va a publicar o no se va a publicar se arregla con los de arriba. Y los de abajo se sienten más o menos incómodos, pero no hacen nada, porque a fin de mes necesitan el sueldito.

A este último vocablo en diminutivo, que me entró como el bayonetazo que desangró al sargento Cabral en el Campo de la Gloria, a casi dos décadas todavía lo sigo sintiendo bien atroden.

En algún lugar Orwell dice que el lenguaje político está pensado para que las mentiras suenen a verdades y el crimen parezca respetable. Arriesgaría que eso con Vanrell tiene su autenticidad innegable. Pero una autenticidad relativa.

No me parece que cualquier cosa que diga alguien como el Trucha, que fue un chorro y la madre, debe automáticamente descalificarse. Porque sino esta conducta afónica de tantos periodistas de sentirnos a salvo, de poner la conciencia en Woolite y percibirla inmaculada porque uno no recibe sobres, de entendernos honorables porque pese a acatar lo inaceptable nadie nos desliza nada en el bolsillo para hacerlo, seguirá siendo un boleto para tomarse el buque del problema. Que seguirá apretando como un zapato nuevo.

A veces la obediencia a la decisión espuria, como decía Vanrell, se produce sin retribución. Sólo porque uno obedece.

Hablo desde la fragilidad de mi experiencia, desde mi visión sesgada, desde mis miedos, sin sentirme emperador de la honradez ni de la verdad mucho menos. Las cosas ofrecen matices y se fueron generando grietas en el espacio antes incontestable de ciertas barrabasadas hoy inadmisibles en la prensa. En parte porque se dieron algunas peleas, en parte porque en un sistema de medios comerciales donde no todos tienen los mismos intereses lo que uno calla con más o menos sigilo puede volverse escandaloso en tanto otro lo muestre. Pero bien lejos estamos de cantar victoria.

Más o menos en la época de la nota a Vanrell a los más poderosos les bastaba un sencillo armisticio de cúpulas para decretar la inexistencia de un suceso. Una martingala de tres movimientos: ir a La Capital , a Televisión Litoral y a Canal 5. Y chaupinela. Ahora eso, que sigue ocurriendo, es un poco más difícil: la aparición de medios digitales que sirven de afluente a los medios tradicionales hace que la hipocresía o la indecencia, como Júpiter en estos días, se vean sin ayuda de telescopio, a ojo desnudo.

Un domingo al amanecer el hijo del dueño del sanatorio Parque yendo en una camioneta a mil por hora en Fisherton reventó a un chico de 23 años. Teníamos la nota puesta en página con las fotos y al fin de la tarde bajó la orden de pararla. Hubo un principio de motín con discusión a gritos en la Secretaría de Redacción pero no salió nada. Al día siguiente el accidente tampoco estuvo en los noticieros televisivos.

Esa tarde de lunes una redactora se tomó el 115 y bajó en la casa de los padres del chico muerto, que se llamaba Juan Pedro Stradiotto. “Hagan una marcha en la puerta del diario, o muchas. Hagan carteles. Denuncien que están ocultando esto”, les dijo. Así fue y a los dos días el tema estaba instalado abriendo página y en la portada.

Hay batallas editoriales bien más difíciles o más sutiles que la de los pedidos del comandante del Grupo Oroño que no deseaba que su nene apareciera en Policiales por aplastar a un vecino con una 4 x 4. Pero en esa, que no era la primera vez y cada cual tendrá su ejemplo, se ofrecía al desnudo la posibilidad de buscar rutas para esquivar los obstáculos de los intereses comerciales o políticos en la edición de noticias. Una especie de evidencia sencilla de que esos poderes influyentes no son indoblegables. Y que frente a ellos pueden armarse contrapoderes cuya naturaleza -como este año pareció constatado como nunca con el paro en el multimedios La Capital - deriva de una construcción colectiva. Sólo hay que estar dispuesto y transpirar un poco más. Bueno, bastante más.

Queda la variante de sentirse un boludo, sin necesidad de cobrar por eso.

POR HERNAN LASCANO
 
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