No volví a pisar una cancha. Nunca más. Es hermoso ir a la cancha, clavarse un choripán en la puerta, pisar la popular y encontrarse de repente frente a ese verde infinito-casi-fluorescente, putear a un par de jugadores propios (Ameli era el favorito en aquellos tiempos, apenas tocaba el césped le llovían los "¡fracasado!" y "¡muerto!" mientras aplaudíamos a Coloccini, Erviti y El Loco Abreu), mear a las apuradas en el entretiempo, adivinar las jugadas antes de que ocurran, captar la atención del vendedor de cocacola sólo con una mirada, cantar salvajadas contra los bosteros. Pero ya sabemos cómo son de idiotas las pasiones futboleras, sentarse en la popular se había convertido en un ejercicio de supervivencia que no me causaba gracia alguna, por lo que decidí resguardar mi integridad física y sufrir a San Lorenzo por televisión. Lo adopté como batalla ética, "la mejor forma de combatir a los violentos es no ir más a la cancha". Todavía era hincha, de los buenos, y me enojaba con los que se consolaban en las derrotas argumentando que estaba todo arreglado, "si está todo arreglado dejá de mirar fútbol y ponete a hinchar por Las Leonas". Intuyo que finalmente me convencieron de que estaba (casi) todo arreglado y mi fervor azulgrana se fue al carajo. Incluso descubrí lo divertido que era hinchar en contra de la selección argentina, para los periodistas deportivos es más indigno que recibir un dedo en el culo. Son incomparables las miradas de pulsión asesina al celebrar un gol de Perú en Eliminatorias o de Thomas Müller en cuartos de final. Llegué a contemplar con desapego crítico el reciente Mundial de Brasil. ¿Juegan España-Holanda? Hinchemos por la Madre Patria. ¿Robben la rompió? Que Holanda aplaste a los aussies. En la final me divertí filmando con una cámara estretégicamente oculta las reacciones desmedidas de mi mujer, ya sabemos cómo se ponen las mujeres en los Mundiales, me juró que si subía el video a YouTube tendría que recoger mis pertenencias de la calle.
Y resulta que después se muere Grondona. ¿A nadie se le ocurrió recordar que era un mafioso, un joputas con mayúsculas desde la H hasta la A? Más lejos quedé todavía de mi propio hincha, cuando la clasificación caminando ante Bolívar me recordó que C.A.S.L.A. seguía siendo el club sin Libertadores.
Hubo quien me señaló días atrás la inclinación natural del hincha de fútbol por hacerse de cábalas ante los momentos trascendentes de su equipo. "Las cábalas no se inventan, aparecen", le dije con altanero tono de filósofo moderno. Mi interlocutor era Hernán, no yo, claro, el otro Hernán que escribe en este mismo blog sobre temas mucho más interesantes y pertinentes. Hernán, hincha de River, no sabe que hace un par de días revolvía viejas cajas que juntan mugre en algún rincón cuando me encontré con un pequeño escudo de San Lorenzo. Quizás sea del '95, a lo mejor más viejo todavía. Tiene apenas dos centímetros de largo. C.A.S.L.A., dice, en letras ínfimas doradas sobre la chapa azulgrana. Ya sufrí el empate agónico de los paraguayos en la ida con mi nuevo-viejo escudito en el bolsillo. Voy a sufrir la final en mi nuevo televisor de 42 pulgadas, HD, donde todo se ve como en la popular. El tele está en mi habitación, mi perra Tekila eternamente a los pies de la cama, siempre rascándose las pulgas e interrumpiendo mi visual en el momento menos apropiado. A lo mejor se convierte en cábala.
Difícilmente vuelva a ser el hincha de la pelotita rosa. Pero ya es hora de que cambien ese chiste viejo, obvio, aburrido. Ya fue suficiente. Los bosteros, que se hacen pis en la cama la noche antes del clásico con C.A.S.L.A.; los gallinas, que tienen dos Libertadores en cuatro finales pero también se fueron a la B; los del Rojo, que para qué dar detalles acerca de su presente; los de Racing, que siguen celebrando un gol en blanco y negro; los canallas, que alguna vez fueron gentlemans que reprimían las burlas dirigidas a sus buenos primos; los leprosos, que se muerden los codos cuando se dan cuenta de que tranquilamente podrían estar jugando esta final e incluso salir campeones sin demasiado mérito... ¿Todavía estamos a tiempo de perderla? Claro que sí, si nacimos para sufrir. ¿Club Argentino Sin Libertadores de América? Sí, y nadie se murió por eso. Si le preguntan a Tekila, lo único que importa es que un hincha no te tire un petardo mientras hacés caca en avenida Pellegrini. ¿Ganar la Libertadores? Qué lindo sería...
POR HERNÁN MAGLIONE
1 comentarios:
¿Y que pasó con lo "lindo"? ¿Cómo lo viviste vos? ¿Se terminó el karma en Boedo? ¿Te gustó que le llevaran la Copa al Papa? ¿Y que Tinelli abriera su programa con su boca llena de dientes saludando: "Buenas noches campeones de América"? ¿En qué lugar colgaste el escudo, ahora? ¿Y a Tekila, aún no le enseñaste a espantar pingüiinostiracuetes? Me gustó el relato (Me quedé con ganas de seguir leyendo...).
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