viernes, 3 de septiembre de 2010

El aroma de los eucaliptos

viernes, 3 de septiembre de 2010
El olor de la descomposición no llegaba a ser disimulado por el aroma del monte de eucaliptos. No sólo lo recuerdo –un olor acre, pegajoso, que se quedaba adherido a las fosas nasales produciendo un levísimo ardor– sino que todavía está en mí, como agazapado, esperando quién sabe qué. Allí, entre los eucaliptos, estaba el cadáver, acompañado por el zumbido de las moscas que lo asediaban, saludado por el canto de los pájaros que desde lo alto de las copas de los árboles parecían observarlo asombrados, sin la actitud natural-profesional de policías y cronistas. Allí estaba, lo recuerdo bien, con detalles, en medio de una confusión de maderas, telas, trozos de nylon, ropas de mujer, sogas, papeles y perros que jugueteaban con un tapado de piel sintética imitación leopardo. Allí estaba, hace diez años y también ahora, acostado sobre unos cajones que hacían las veces de cama.

Era el cuerpo de un hombre. Estaba muy hinchado y tumefacto, y se encontraba vestido con una pollera que parecía reventar debido a la inflamación del vientre. Vestía además una blusa multicolor que –ya carcomida por las alimañas– dejaba ver un corpiño que alguna vez fue blanco y que por entonces presentaba un color desconocido, entre rosado y marrón.

Era el cadáver de un ex combatiente llamado Hugo, un hombre de menos de 40 años que había estado dispuesto a morir, diecisiete años antes, en las Islas Malvinas. Su cuerpo bien pudo yacer sobre la fría turba de las praderas de Ganso Verde, junto a otros cadáveres de otros jóvenes como él.

Su cadáver pudo haber sido encontrado, igualmente putrefacto, tal vez atacado por otras especies de alimañas, en las cercanías de Puerto Argentino, después de alguna de las horribles matanzas nocturnas desatadas en medio de la confusión, el frío y el hambre. Pudo haber sido muerto en circunstancias consideradas más heroicas, durante los últimos ataques de las tropas inglesas que precedieron la rendición final firmada por los generales y preanunciada por el mismísimo Papa durante su visita a la Argentina. Pero no fue así. El muchacho oriundo de la zona sur de Rosario fue a Malvinas y volvió. Claro que “un poco cambiado”, según señalaron aquel día quienes lo había conocido.

"Se le daba por vestirse con ropas de mujer, pero no se metía con nadie. Era muy simpático", aseguraron los vecinos consultados por los cronistas. Los habitantes de la zona fueron los únicos capaces de indicar a los confundidos agentes de policía dónde hallar el cuerpo en medio del cerrado monte de eucaliptos del barrio San Fernando de Capitán Bermúdez, al final de un camino escondido y tenebroso que parecía no conducir a ninguna parte.

Aquel día, los vecinos contaron que el ex combatiente se paseaba por el barrio luciendo polleras multicolores, collares y anillos. Que tenía “una belleza sobria”, “sin exhibicionismos”, una belleza “típicamente femenina” y “maternal”, según describieron algunos testimonios. Solía colocarse un almohadón en el vientre simulando un embarazo. También acostumbraba a pasearse empujando un cochecito en el que transportaba "a su bebé”: un muñeco rubio y regordete, prolijamente vestido, cuidado con esmero.

El "loco de la pollera"–así se lo conocía entre los vecinos de Capitán Bermúdez– había aparecido en esa localidad después de abandonar el hospital Agudo Ávila de Rosario, y luego de huir de su familia. Periódicamente sus padres y hermanos se internaban en el monte de eucaliptos para pedirle que regresara. Pero él nunca quiso volver. Se sentía bien allí, en su indescriptible choza de maderas y nylon adornada con flores.

Vivía arreglándose con esmero y coquetería, contaron los habitantes del lugar. Pero un día –el mismo día en que Charles, príncipe de Gales, visitó la Argentina y recorrió la huerta ecológica de Piero– Hugo murió “por causas que no se pudieron determinar”. Los vecinos afirmaron haber escuchado tiroteos y algunos deslizaron que pudo ser víctima de delincuentes. Los forenses, a causa del avanzado estado de putrefacción del cuerpo, no pudieron descubrir las causas de su deceso.

Sus amigos, especialmente los ex combatientes que estuvieron con él en aquellas batallas de diecisiete años atrás, fueron mucho más osados, e incluso algunos aventuraron, sin dar muchas explicaciones al respecto, que tal vez no sea cierto que Hugo, "el loco de la pollera", no murió allá en la guerra.

Diez años después, aquel hedor todavía persiste en mi memoria, al igual que las hipótesis de los vecinos. Algunas muy disparatadas, me incitaron por entonces, hace una década, durante el viaje de regreso al diario en taxi, a fantasear una serie de finales alternativos, amparados por la falta de información, basados en el vacío que dejan “los hechos”. Nada de eso fue escrito aquel día tan lejano y cercano. Ni siquiera como borrador o apunte al margen. Nada de eso: en el anotador consigné, prolijo y veraz, los hechos que irían en la cabeza de la nota. Pero lo no escrito, lo que quedó fuera de la crónica, después de tanto tiempo, compruebo, permaneció grabado en la memoria, como una reelaboración de una reelaboración, como una versión de una versión sin original.

Después de todo, los relatos que intentan dar cuenta de lo real, los testimonios históricos, las crónicas de “los hechos de la realidad”, tienen la misma estructura de un relato de ficción. Y en el fondo, como demostró Hayden White, son lo mismo, porque Hugo nunca regresó, y todavía permanece allá en Malvinas, luchando con su pollera, su blusa y sus flores, parapetado en una trinchera, defendiendo una posición inexpugnable desde 1982, con su bebé en el cochecito, pequeño héroe de guerra, y con su tapado de piel. O: regresó de Malvinas y ahora, en este preciso momento, una década después de la crónica que dio cuenta de su muerte, está disfrutando del aroma fresco que viene del monte de eucaliptos, en el barrio San Fernando de Capitán Bermúdez.

POR PABLO BILSKY

foto: "Argentine cemetry", de Chris Pearson, licencia Creative Commons Reconocimiento 2.0 Genérica

9 comentarios:

Hernán dijo...

Extraordinaria.
Formidable texto, tanto en la sutil descripción del personaje como en el tono del periodista. Vamos Bilsky! Estas son las cosas que nos pasan cuando hacemos este trabajo y que muy seguido no asoman en las notas sino hasta mucho después de escritas. Para esto, entre otras cosas, tenemos este cabarulo.

Juan dijo...

Impresionante todo: la historia y cómo está contada.

Anónimo dijo...

Buenísimo texto, Pablo. El Pelado

La Negra Vilche dijo...

"El loco de la pollera" me hizo acordar a los personajes de Pedro Lemebel. Lo retrataste exquisitamente Bilsky. Excelente historia y cómo la contás.

Anónimo dijo...

Pablo: bellísimo texto, perturbador. Sonia

Unknown dijo...

Muy bueno, Bilsky. Muy bueno

Diego Fernetti dijo...

Excelente. Para los veteranos de cualquier guerra, las batallas generalmente no terminan con las fechas que nos dan los libros de historia. Te recomiendo el libro "La mano cortada" de Blaise Cendrars, que fue un veterano de la 1º Guerra y que cuenta muchos relatos de veteranos que volvieron y de otros que no lo hicieron nunca.

Lisy dijo...

Excelente Pablo, una crónica sobre la construcción de la noticia, y más, si, creo que más

alvaro dijo...

Impresionante

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