miércoles, 22 de septiembre de 2010

Los Superagentes encubiertos

miércoles, 22 de septiembre de 2010
Quizás soñando con un Pulitzer o por lo menos un Magazine de Bermejo, hay gente en esta redacción que cada tanto se inspira en películas de Hollywood para mandarse a organizar investigaciones como si esto realmente fuese un diario. Aquella vez, probablemente durante los primeros pasos de este siglo, a Jorge Levit se le ocurrió desvelar un oscuro entramado policial por medio de una aventurada acción encubierta.

Quién sabe de dónde apareció el dato de que en un pequeño pueblito no muy lejano de Rosario existía un casino clandestino que supuestamente operaba tras la fachada de un bingo, manejado por un comisario de la zona. Tengo una memoria que es una auténtica porquería, la verdad es que no recuerdo el apellido del policía, ni siquiera del pueblito, pero tampoco voy a esforzarme demasiado porque viene bien a la narración, ya que (y de paso anticipo el previsible resultado de la investigación) finalmente no descubrimos nada, ni una mísera y retorcida prueba que hoy nos permita hacer pública cualquier acusación.

Si esto fuese Hollywood los periodistas encubiertos hubiesen sido Dicaprio, Matt Damon y Edward Norton. Está claro que jamás hubo ni habrá nada parecido en el diario, por lo cual la tarea recayó en mi persona y otros dos empleados de la empresa. Por eso, para proteger las identidades de los involucrados en el operativo, diré que mis compañeros se llamaban Claudio Berón y Sebastián Melchor.

Allá nos fuimos los tres, a bordo del Ford K del diario, con rumbo a -digamos- Villa Las Casas, en busca del casino clandestino que tenía a su cargo el comisario -supongamos- José Villavicencio.

Por supuesto, nos perdimos. Nos dejamos guiar por una incierta señalización y nos metimos en medio de la noche cerrada en un camino de tierra que allá lejos, muy al final, mostraba nítidamente unas lucecitas que, sin duda alguna, eran Villa Las Casas. Melchor manejaba con la displicencia de un guía de alta montaña, yo iba sentado atrás (me gusta más ir atrás cuando somos tres, se ve todo como en una película) festejando las cien mil historias que improvisaba Berón (casi como una epifanía de un episodio que vivimos años después, durante las noches del Comando Patafúfete, pero esa es otra historia que quizás jamás sea contada en este blog). Las luces del horizonte desaparecieron y, quién sabe cómo, muchas vueltas después y casi dos horas más tarde de lo previsto dimos con el pueblito.

Lo único que recuerdo del lugar es una plaza triste, mal iluminada, con la silueta casi troquelada de un par de árboles despojados de follaje. Hacía frío y nos sobrevolaba una constante sensación del tipo ¿realmente-tenemos-que-estar-acá?. Era algo así como el punto intermedio entre un destino inexorable de muerte en un zanjón y una escena de Groucho, Harpo y Chico.

Entre frases burlonas del estilo “el deber llama” entramos al bingo, nada más parecido a un club de barrio con manteles berretas, lamparitas de colores y banderines de plastico. Eran unas veinte mesas, de las cuales sólo cuatro estaban ocupadas. Los parroquianos no podían disimular su aburrimiento al ritmo de una desganada voz que desde el micrófono anunciaba los números que salían del bolillero. Absolutamente todos notaron la presencia de los forasteros y nos lo hicieron notar con miradas inquisidoras, como en un saloon del lejano oeste.

“Esperen, ahora vengo”, dijo Berón mientras ocupábamos nuestras sillas. Se alejó unos metros y se abrazó con un hombre, prodigándose ambos sonoras palmadas en la espalda. Charlaron brevemente y regresó a la mesa.

-¿Y ese quién era?
-Uno que trabajaba conmigo en el diario, en Expedición. Ernesto Villavicencio.
-¿Villavicencio? ¿Como el comisario?
-Sí, es el hermano.

En pocos instantes, medio Villa Las Casas estaba al tanto de los tres tipos del diario que habían caído en ese absurdo paraje perdido en la nada. “Le dije que estábamos al pedo en Rosario, escuchamos algo del bingo y nos vinimos. No es boludo, ya sabe qué estamos haciendo”, dijo, mientras una chica que mascaba aparatosamente su chicle nos ofrecía tarjetas para la jugada que estaba por comenzar.

Cambiamos al plan B. Nos jugaríamos dos o tres rondas de bingo sin dejar de espiar disimuladamente lo que ocurría detrás de esa misteriosa puerta que daba a una habitación contigua. Antes de ver salir precisamente por esa puerta a la moza (la misma muchacha, el mismo chicle) con un familiar de milanesa (la misteriosa habitación era la cocina), Melchor completó cinco números, tímidamente alzó su dedo índice y soltó a media voz: “Línea”. La empleada se acercó con el mismo desgano a plantar en nuestra mesa una banderita que nos haría acreedores al humilde premio. En la jugada siguiente yo también canté línea. “Bingo”, dijo Berón entre risotadas apenas contenidas, mientras los demás jugadores fruncían sus ceños en dirección a nuestra mesa, florecida de banderitas. Eramos los peores periodistas encubiertos del universo.

Era el momento del plan C: huída al estilo Tiburón, Delfín y Mojarrita. Subimos al auto pensando en un ignominioso regreso, pero Berón insistía en que “algo raro” ocurría en el lugar. “Pará acá”, le ordenó con tono de sargento a Melchor cuando pasábamos por la calle que daba a espaldas del bingo. El tipo se encaramó a un alambrado para espiar por una “sospechosa” ventanita mientras yo me internaba en lo que parecía una plantación de lechuga que corría paralela al salón. Desde esa incómoda posición escuchamos un interminable bocinazo: Melchor intentó bajar del auto y quedó accidentalmente “enganchado” del claxon (el Ford K le quedaba chico). Seguramente algún vecino en pijamas pudo contemplar la escena: tres idiotas que se trepaban a un auto a las carcajadas y escapaban a toda velocidad del pueblo.

Apenas si teníamos unos pocos pesos de viáticos, pero las ganancias en el bingo nos regalaron una dignísima cena en avenida Pellegrini, a eso de las tres de la mañana. Obvio, en el diario no salió ni media línea del casino clandestino de Villa Las Casas.

POR HERNAN MAGLIONE

9 comentarios:

La Negra Vilche dijo...

No puedo dejar de reírme. Conocía la anécdota pero este "trabajo en comisión" tan detallado es imperdible. Eso si, pescado, soñá con el Pulitzer si querés, el Magazine del gordo Bermejo este año me toca a mí: Chupate esta mandarina. Si Villa Las Casas no existe debería existir. ¿Che, y si lo convencemos a Levit de otro negocio clandestino, pero en el Caribe, y nos vamos todos los Patapúfetes???

Anónimo dijo...

Maravilloso, Hernán. En El Ciudadano les decíamos Expedientes X a estas notas fantasmagóricas. Pero nunca supe de uno tan divertido. El Peldo

Hernán dijo...

Más allá de humoradas distractivas y piruetas de estilo, debe quedar claro quién en quién en este cortometraje:

Tiburón Bauleo: Berón
Delfín Víctor Bo: Musculito Melchor
Mojarrita De Grazia: Maglione

Me imagino el aire grave de la cara de Berón, la reciedumbre tipo Juan Moreira, cuando ordena a Melchor: "Pará acá". Me dan convulsiones de risa

Sonia dijo...

¡Qué divertido!

Juan dijo...

Al fin lo publicaste!!!! Eso, como te dije, debería ser uno de los primeros grandes hits de este blog. Muy bueno. Cierro los ojos y los veo ¿en acción?

Juan dijo...

Agrego algo más: 1) Podríamos decir que Berón era el equivalente al Verona del Comando Patapúfete? (por la cautela, digo), 2) Negra: cuándo te entregan el premio que no quiere Maglione? y 3) Para el Pelado: hace un par de semanas Bastús me comentó algo de esas investigaciones ciudadanas: la búsqueda de Agatha Galiffi.

La Negra Vilche dijo...

Juan: Hoy justamente le comenté a Hernán que el saludo de Berón era al mejor estilo de Verona aquella noche Patapúfete. El me comentó que todo esto les paso apenas en media hora de vida, lo que lo vuelve aún más épico. El premio me lo entregan el 2 de octubre (agendá!), aún no tengo muy en claro por qué pero esa gente cree que me lo merezco. Algo más, me averiguás si "el Peldo" es El Pelado en la clandestinidad?

el polaco dijo...

"Lo único que recuerdo del lugar es una plaza triste, mal iluminada, con la silueta casi troquelada de un par de árboles despojados de follaje". Lo más increíble es que este párrafo tan poético haya visto la luz a instancias de una iniciativa de levit. Qué cosa loca ese diario...

alvaro dijo...

Patapúfete, Maglione. Cuando contaste la historia, hace mucho tiempo, me reí mucho. después de leer esto, me reí mucho más. Muchos pensamos durante mucho tiempo que el diario era un truco de laborterapia. Ahora descubrimos que es una gran fachada para disimular tus operaciones encubiertas en el mundo del recontraespionaje. Una vida de aventuras que se truncó cuando cayó el muro del bar Berlín. Zamba,James Zamba.

Publicar un comentario

 
Cinco Lucas en el Cabarute. Design by Pocket