jueves, 5 de agosto de 2010

El chino pop y la enamorada del muro

jueves, 5 de agosto de 2010
Al chino de la vuelta de casa hace mucho que le tengo bronca. Al principio era una cosa escolar, típica de seres débiles, que en cualquier atributo del otro elegido más o menos al azar adivinan algo intimidatorio, tal vez por sentir en uno la falta de eso. Durante años iba a comprar y desde la cola me ponía a junarlo intentando descifrar eso que me molestaba, y que me molestaba que me molestara, porque los clérigos de mis diversos avatares pedagógicos -catecismo, psicoanálisis, profesión- me llenaron de amenazas para adiestrar a la bestia interna siempre inclinada a reventar al prójimo. Ahora esa enseñanza de años la garpo en cash y no puedo aborrecer sin culpa.

Presiento que lo que secretamente me ofendía del chino era el aplomo con que comandaba todo desde su juventud infame. Presencia física de estrella de rock, jeans con botamanga ancha a lo Roger Daltrey, flequillo sobre los ojos de ardilla y palabras mínimas. El tipo parecía el mariscal Rommel en su panzer, sin posar los ojos en nadie, mandoneando por igual a los clientes, al clan familiar y a proveedores que entraban hombreando medias reses como quien carga un yogur.

Le buscaba puntos débiles pidiéndole cosas que no necesitaba sólo para ver cuán afilado estaba. Le decía: ¿Venden cobertura charlotte? El contestaba: “Aguila y Nestlé”. ¿Hay rollos film? “En la segunda góndola”. Me esforzaba un poco más para poder arrodillarlo. ¿Tenés apresto? Sin mirar, despabilado, el muy turro contestaba: “¿Aerosol o botesha?”.

Un día de este año me propuse recortar el rencor silente que había crecido como una enamorada del muro y emulando a un adulto medio resolví una aproximación más amistosa. Se me ocurrió preguntarle si le había resultado difícil aprender español. Me dijo que no y nada más. Le pregunté si creía que para un argentino aprender chino era algo imposible. Contestó que no. Ante su compadrona parquedad, y dándole yo a los remos como un profesional, le dije que hay idiomas más sencillos que otros y que, a mí, aprender chino me parecía muy difícil.

-Yo pude, vos podés, me dijo.

Me dio el ticket y el vuelto y ni me miró. Al tipo la cuestión de que yo podara mi planta parecía importarle un soto. Salí caminando por Riccheri con el paquete de café en la mano, pensando en un artículo de una revista porteña de urbanismo donde se brindaba a los extranjeros diferentes acepciones de la palabra boludo. Tonto, idiota, gilipollas, comemierda, mamón, pendejo, huevón, pelotudo. Todo muy descriptivo de mi estúpido intento. La nota se titulaba “La preocupante boludización de Palermo Viejo”. Era muy interesante.

Y de repente, las noticias de la semana pasada. Las radios transmiten desde la manzana donde está mi casa que al chino lindo lo secuestraron. La incredulidad inicial cede más o menos rápido. Si al imponente mariscal Rommel le pintaron el rosquete en Normandía, que al fu manchú de la vuelta lo cargaran en una Partner con vidrios negros no era inconcebible.

Es notable la cantidad de cosas que uno puede enterarse en la radio de alguien que conoce y ve a diario hace ocho años. No sabía que se llamaba Lin Zhan, ni que le decían Víctor, ni que tenía 25 años, dos hijas mellizas, una acá y otra en China. Sí sabía que vive en uno de los cinco edificios espantosos que hicieron en mi cuadra, que no me agradaba su parquedad y que, como me dijo una vez un mazorquero muy simpático que trabajaba en Homicidios, cuando se trata de aclarar delitos reales o supuestos los chinos son más cerrados que culo de muñeco. Pero toda la parte informativa que tiene este episodio acá no interesa.

Enseguida llegaron las palabras de inquietos vecinos que no necesitan saber nada de ningún asunto para ser abastecedores diplomados de la mercadería básica que la prensa busca sobre temas policiales. Oía por Radio Universidad a vecinos míos pintando un barrio que no me sonaba familiar. “Acá no se puede vivir más, estamos a la buena de Dios, no pasa un patrullero, que vuelvan los militares”. Muletillas con mucha fuerza así desconfiemos un poco de ellas. Y la tienen no por su significado directo, sino porque al recogerlas el medio refuerza en sus audiencias la idea de que estuvo allí. Pareciera que un cronista sólo apareció por el lugar crítico si logra empaparse de esa doxa esencial y difundirla amplificada. Indagar en zonas idóneas como pueden ser justicia, gobierno, fuerzas de seguridad, entidades comerciales y hasta fuentes diplomáticas seguro permite crear un mapa informativamente más serio aún ante la total incertidumbre. Pero ese camino, en los medios, suele tener menos tráfico.

En el abordaje de los temas de inseguridad el miedo surge como algo aluvional y no necesariamente asociado a la cuestión a reportar. Es una especie de sobreimpreso que acota el género: si alguien dice tener miedo es porque estamos tratando una nota de criminalidad. Es algo humano el miedo, pero presentado de esta forma aleja de la chance de dar cuenta de qué puede estar pasando, embrolla, estupidiza. Se parece a mi bronca contra el chino.

A la polifonía del miedo la completé unas horas después ojeando los comentarios en el Decano. Lectores desplumando o burlándose del chino, de los balbuceos de su familia, de la mafia, del hermetismo, de los comerciantes que vienen a robarles el empleo a los argentinos. Acá el miedo asumía la forma defensiva de desprecio a la diferencia.

Kubrick veía en forma grandiosa cómo el descrédito a lo distinto es una forma torpe de encubrir que hay horror en lo que no conocemos bien, y que precisamente el miedo se presenta como desafío, porque es el rasgo que, una vez vencido, prueba que todos somos parecidos. En una escena de Full Metal Jacket un pequeño escuadrón tiene como misión tomar una posición llena de francotiradores y por ello muy complicada. En el grupo hay un soldado carismático, un típico vaquero de una zona rural yanqui. Le dicen Cowboy. En un momento hay una toma de la llanura pelada que termina en un plano corto de Cowboy. Y el tipo dice: “Odio Vietnam. No hay un solo caballo en el país. Hay algo fundamentalmente mal en eso”.

En la mayoría de los comentarios del secuestro había eso. Decenas de personas que ven invariablemente mal lo distinto. Y a lo que temen por desconocido, lo detestan.

Pensaba en esa escena el domingo pasado en el súper. Era la primera vez que volvía desde el balurdo del secuestro. El chino estaba ahí, en silencio, provisoriamente solo. Empecé a fisgonearlo intentando ser disimulado. No por ese latiguillo mentiroso que dice que los orientales son todos iguales, me surgió la duda de si se trataba del mismo que conocía. Porque en realidad reconocí en la actitud a otro tipo. La cuestión del secuestro que no sabemos si existió evidentemente lo había despojado de aquel carisma que creía conocer. No estaba de jeans sino con un desvaído equipo de gimnasia verde. Ahora no veía arrogancia sino una calma ancestral en la que se mostraba débil, dócil, vencido. El chabón que antes fungía desde su trono mandarín en la registradora ahora parecía el ayudante de un vendedor de usados de bulevar Seguí.

Mientras le pagaba y ponía las cosas en la bolsa, ya para irme, me subió una voz ajena y sin rabia de la base del estómago, como le pasa a los ventrílocuos, que dan la fraudulenta idea de que es otro el que habla. Igual que las que había escuchado en la radio en la semana, era la voz del vecino, no la del tipo que los días previos había estado escribiendo sobre él en un diario una noche tras otra. “Te compro hace años y me alegra que estés de vuelta. Pero a la policía le tendrías que haber dicho la verdad”.

No sé por qué le dije eso. No tengo idea. Pero, pese a no contestar, por primera vez en ocho años se quedó mirándome.

POR HERNAN LASCANO

9 comentarios:

La Negra dijo...

¿Quién dijo esa pavada de que en los blogs hay que escribir corto porque si no el texto no atrapa?

Anónimo dijo...

Qué impresionante. Me encantó el relato, Hernán, y el final me dejó absolutamente sorprendido. El Pelado

Anónimo dijo...

Un encantador cuento chino

Juan dijo...

Primero que nada: me hiciste reír mucho con tus descripciones. Segundo que nada: el relato es sumamente atrapante. Finalmente: a juzgar por tus datos, se confirma lo que él mismo dijo “Me llevaron porque soy lindo”.

Anónimo dijo...

Morí con lo del: "yo pude vos podés". lascano encará el chino nomás! Virginia

elpolaco dijo...

Buenise, por todo los wines, lascaenano

chuby dijo...

oiga lascano ... cada vez que leo algo suyo me convenzo aún más que lo suyo es la LITERATURA.Este relato esta buenisimo, agil, atrapante y con un abordaje de diferentes planos que se abren frente al lector asombrado de lo que viene. Le prometo regalarle el libro que le preste: despues de leerlo a usted, para qué volver sobre un tio que pregona el ocaso del hombre público?

alvaro dijo...

Simplemente brillante. Vamos los coreanos

Julián  dijo...

Chin Palablas. Me gustó mucho esta nota y la del muchacho con sus 5 lucas recordando viejos y buenos tiempos, muy gracioso.
Abrazo

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