miércoles, 21 de julio de 2010

En remís

miércoles, 21 de julio de 2010
"¿Adonde vamos? ¿A Vía Onda? Uh, pero ese lugar es jorobado... y a esta hora...".

Se notaba a las claras que el señor había lustrado con el mismo esmero el coche y sus mocasines. Las camisa planchada con apresto, la corbata a tono con el chaleco escote en V y las medias de lycra, la fragancia a pino dentro del vehículo y la cortesía de salir a abrile la puerta a la periodista y al fotógrafo: todo era parte de un mismo combo. Y una tenía el tupé de sentar su traste en el asiento trasero a las seis de la tarde cuando ya empezaba a oscurecer y así, sin más, decirle al señor: "Vamos a Avellaneda al 3700".

El señor me odió desde el retrovisor: sintió que su remís se le transformaba en calabaza, se arrepentía de haberme hecho subir tan galante a su auto, deseaba no haber recibido el llamado de ese viaje desde la base y definitivamente pensaba que, más que una periodista, yo era una chiruza que le había cagado la tarde.

Le importaba un carajo que yo le explicara que también para nosotros eran lugares díficiles pero debíamos ir porque era nuestro trabajo y que allí me esperaba un grupo de mujeres que peleaban contra el paco y por sus hijos.

Una mierda le importaba: el paco, la villa y mi discurcito reflexivo por la desigualdad social.

El sólo quería dejarme en una esquina y coordinar otra donde esperarnos a mí y al fotógrafo; un lugar cerca de ahí, en una avenida iluminada y transitada, donde poder esperarnos seguro (él y su remís). "Este es mi celular, apenas termine llámeme que vengo a buscarla", me dijo con desprecio.

También había querido que el fotógrafo que me acompañaba le saque la suela de la bota con la que le pisaba la puerta de su lado, y se lo dijo: "Poné el piecito en la alfombra pibe... ¿No ves que me ensuciás el tapizado?". (Hay que tener en cuenta que Celoria a veces es menos fácil que los remiseros).

Casualmente con Celoria fuimos otra noche, también en remís, hacia zona sur. Y sucedió algo similar. "¿A la 16? Jodida la zona...", dijo otro remisero cuando le pedí que fuéramos a la seccional de policía enclavada en barrio La Tablada.

El chofer dejó de ser amable instantáneamente cuando supo cuál era el destino y comenzó a hacer comentarios despreciables, pero aún escucharlos valió la pena. La escena que presenciaría luego en la comisaría era el regalo de esa tarde de laburo y no había palabras de remisero que pudiera empañarlas.

Entramos a la seccional donde telefónicamente me acababan de confirmar que estaban declarando el portero de una escuela y un alumno. La criaturita le habia encajado una trompada al señor y lo había amenazado de muerte. Pero no estoy escribiendo esto por ese episodio así que vuelvo a la comisaría.

Mientras esperábamos en el ingreso (luz mortecina, paredes celestes tirando a turquesa y olor barato como a creolina) una agente rubia, apretada en su uniforme y extremadamente amable con nosotros (tras ver al fotógrafo entrar) atendía el teléfono sin dejar de aclarar que estaba "como loca" con tanto trabajo y de sobreactuar manoteando el handy y el fijo al mismo tiempo.

A un costado de ella, el sumariante: un muchachito obsesivamente rapado. Con letra de primaria y tapando lo que escribía con el brazo izquierdo llenaba un libro de tapas duras y me decía, no sé si de mala manera o con obsecuencia, que no podía contestar a mis preguntas, que hablara con su superior, que entendiera que él cumplía órdenes, que debía retirarse a las 19 y que eran las 18.50 y no había terminado (todo esto, sin punto y comas, mientras me señalaba un reloj de pared).

A los dos, a la rubia y al sumariante, les cebaba mate una chica jovencita y agradable que hablaba de Ricardo Fort. No sé cual era su papel allí pero tampoco importaba.

En en ese lapso entraba y salía gente de la seccional pidiendo certificados de vecindad e información de las más diversa. A todos les decían que volvieran al otro día porque no daban "abasto" con tanto trabajo.

Un agente gordo y bajo, tal vez el subcomisario, era el vocero de esta situación. Y con él, precisamente, se dio este diálogo:

-Buenas noches, vengo a hacer una denuncia.
-¿Ah, sí? ¿De qué?
-Perdí la patente de mi auto.
-¿La perdió o se la robaron señor?
-Bueno, no sé. Me desapareció... La tenía debajo del asiento porque se me había caido y no la tengo más.
-Bueno, mire, eso puede esperar hasta mañana, no es urgente, nosotros ahora estamos muy ocupados, pero lo importante es que usted sepa si se le perdió o se la robaron...
-Le digo que no sé...
-¿Cómo no sabe señor? Si se le perdió radica la denuncia acá pero si se la robaron es distinto, eso es del orden de lo penal... Bueno, vaya a su casa, piense y vuelva mañana... Estamos desde las 7.

El señor se fue, nosotros también y sin poder hablar ni con el alumno ni con el portero golpeado y amenazado. La declaracion se demoraba y todos ahí dentro estaban muy ocupados. Y se venía el cierre, y la nota no era de tapa ni mucho menos... y algo había que poner. "Vení con lo que tengas", se suele escuchar en estos casos. Y una volvió con lo que tenía: frío, una foto mala (sin los protagonistas de la historia), no más datos que los que había dado la gente de prensa de la policía, el diálogo de la comisaría, y las quejas del remisero: una fija.

POR LAURA VILCHE

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero vos también haciendo notas más allá de los boulevares. Y con este frío (mi visión optimista me dice que en un remís hace menos frío que en la Redacción del diario). Y meterte con los choferes de remís, y con los agentes de la ley. Y con Celoria. Muy buena crónica. Y muy buena la idea del blog.
Estás divina en la foto, así relajada. Aunque no entiendo bien la parte de las alitas. Pero hay pilas de cosas que no entiendo.
La Chipi

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