viernes, 30 de julio de 2010

Lapsus Cálami

viernes, 30 de julio de 2010
Sonreía. Nos esperaba, chocho, enfundado en un jogging de algodón y zapatillas en un gimnasio de su barrio, un mediodía de julio de 2001.

Allí, entre aparatos y pesas con las que había comenzado a familiarizarse, Máximo nos contó sus penas y pesares. Las dos cosas como parte de lo mismo. Es que él, un hombre por entonces de 46 años, con dos hijos y enfermero, había llegado a pesar 220 kilos. Era un obeso mórbido a ojos de la ciencia; un gordo para todos los demás.

La nota se dio siete meses después que la balanza le arrojara sin clemencia su pesaje. Máximo recordó durante la entrevista que todos los kilos que había tenido encima también los tenía de tristeza. Daba ternura oírlo pero, cuando lo entrevisté, la pena corría por mi cuenta. Máximo sonreía, era otro tipo. Se había sacado de encima 61 kilos a pura dieta y empeño. Y contaba con entusiasmo todo lo que había recuperado a medida que perdía volumen: desde tener sexo a andar en bicicleta.

Apenas nombró esto último, la Chipi -mi amiga y fotógrafa en esta nota- resolvió la foto. "¿Podemos hacerla en el parque de enfrente andando en bici?", le sugirió. Y él, en un día nublado, con un frío maligno, accedió sin vueltas.

La foto es hermosa. Salió grande, a dos columnas, en vertical. Ahí quedó estampado Máximo, sonriente, periférico y ágil, al lado de su historia de vida que impactó mucho, les aseguro. Porque al otro día y por varios días más fueron muchas las personas que decían ser gordas o conocer a alguien en crisis por su gordura y quisieron contactarse con él para que les cuente más.

Entre todos esos llamados no faltó el de Máximo. Todo aquel que escribe en un diario sabe qué se siente cuando llama un entrevistado: puede estar muy conforme o muy disgustado con lo que quedó finalmente en el papel. Pero a Máximo se lo oía feliz aun cuando me dijo casi con pudor: "Lástima que salió mal el apellido".

-¿Cómo que salió mal el apellido?, le pregunté y me pregunté indignada.

Entre el revoltijo de cosas que tenía al lado de la computadora manoteé el diario que, encima, ya había leído.

"¿Qué mierda habré puesto?", me preguntaba. Fui directo a la página (Máximo aguardaba en silencio del otro lado del teléfono). Y ahí, en la bajada de la nota, desde una de las cuatro líneas, como gozándome y logrando una de las cosas que más me avergüenzan de mí, estaba el degradante lapsus cálami.

"Máximo Garcano" había escrito yo en la nota, cuando en mi cuaderno borrador y durante la charla había quedado claro que Máximo se llamaba de apellido Gargano.

"Garcano", leí y releí e irremediablemente asocié la palabra "garca" al fallido (que llevé a mi sesión de análisis y ya no recuerdo en qué terminó).

No podía salir del bochorno. Me odié y también a él por su templanza, por entender cuando le dije que había sido un "error, involuntario... sin querer" (qué frase idiota, ¿a quién cuernos le fascina cometer errores?). Me enojé conmigo pero también con su paciencia ante mi explicación de que "había leído y releído la nota, pero no me había dado cuenta".

Una torpeza que él comprendió pero que no pude perdonarme más, menos ahora, cuando acabo de enterarme por el Pato Mauro que Máximo murió.

El otro día, al recordar esta anécdota paródica fui al archivo. Traté de darle pistas a Monono para que encuentre la nota. La hallamos por tema: "Obesidad". Y claro, no podía ser de otro modo si yo nueve años antes me había dedicado a vilipendiar el buen nombre de Máximo. Me pregunté: si se hubiera querido archivar la nota por su onomástico, ¿qué debió haberse leído en la tarjeta del fichero, Gargano o Garcano?

Tal vez haya que abrir una carpeta en el archivo del diario con una carátula que diga: "Notas con errores o con lapsus cálami". Luego se podrían hacer subdivisiones: "Errores importantes", "Errores vergonzosos", "Errores de enfoque", "Errores sin querer", "Errores graves", "Errores sencillos", "Errores numéricos", "Errores porque había otros problemas que distraían", "Errores con mala leche", "Errores repetidos", "Fe de erratas de errores" y... vaya a saber cuántas carpetas más. No importa. En alguna de ellas seguro que debería rearchivarse esta nota, junto a otras tantas mías que, como los lapsus, aún recuerdo con vergüenza.

POR LAURA VILCHE

foto: Silvina Salinas

12 comentarios:

Anónimo dijo...

No, no, tenés que contar qué pasó en la sesión de análisis. El Pelado

Anónimo dijo...

Toda mi solidaridad. La entiendo perfectamente porque soy una obsesiva igual (o parecida) a Ud. J.

Juan dijo...

Uh... qué tema ese de las erratas... tengo algunas interesantes anécdotas de mi época de corrector de pruebas (en mi otra vida, en otra empresa) que debería escribir. Entiendo lo que se siente cuando sale un error así.

Sandra Della Giustina dijo...

Ja tremendo !!! que feo momento ese de descubrir el error cuando ya está impreso... uno piensa en ese momento en detener el mundo, volver el reloj al minuto -1 de puesta en rotativa... xq siempre es a posteriori??? Yo creo que hay como zonas ciegas de corrección ... (gato encerrado)pueden ver 58 correctores la nota pero hay errores que en ser letra impresa..."cosa e'mandinga"...
Che..al final el analista que opina?? dale evitanos el gasto terapéutico...

Anónimo dijo...

Ey, Laura, buenísima. Empecé a recordar tooooodos los errores que me mandé. El que recuerdo con más vergüenza, creo, es cuando le erré muy feo a la calle donde el Lole había sufrido un accidente. Creo que puse Rivadavia y era Riobamba. Ay, corazón, si hubiera un archivo de errores... A todo esto, ¿qué dijo el analista? Sonia

Anónimo dijo...

Muy buena morocha.Como siempre.
El pelado (el verdadero,no el apócrifo de más arriba)

Anónimo dijo...

De esta nota no me acordaba, me hiciste acordar vos. Está escrita con ternura más allá del bochorno. Me gusta esa foto así escaneada, tal cual salía en el papel.
De lo que sí me acuerdo es de un título imposible que salió en tapa cuando trabajaba en corrección, y creo que muchos nos acordamos en varias ocasiones. Fútbol del interior, el equipo de un pueblo goleó al equipo del otro pueblo. El goleador fue uno solo. El diario tituló "El vergudo de Arequito" con foto del goleador verdugo incluida. Al menos 5 ó 6 personas habían leído esa tapa antes de que fuera impresa. Y se fue así nomás y el señor se hizo muy famoso por esos días.
La Chipi

Sandra Della Giustina dijo...

A propósito de pelados verdaderos y "apócrifos"... me hicieron acordar un titulo: En el diario de mi ciudad en el que yo trabaje muchos años, titularon hace un tiempo "otra vez problemas con el pelado clandestino"... (Se referían a la gran cantidad de familias que se dedican a pelar camarones en el puerto de Ing. White sin permiso)... Claro que no quedaba muy claro si era un sustantivo, un verbo o que corno era...por lo que "el pelado clandestino" se objetivó con total éxito.

Hernán dijo...

La anécdota del vergudo de Arequito es imponente. Merece una ilustración. A Catola le escuché el relato la primera vez y creo que le rindió varias rondas de copas gratis

alvaro dijo...

Supongo que cualquier error remite a la nota del vergudo de Arequito porque es el caso típico de una metida de pata funcional al supuesto damnificado. Imagino que algo que habrá ganado ese muchacho después del pie de foto. Qué va a ser negra, un diario sin errores sería un aburrimiento. Muy buena y muy emotiva la nota. Esperamos la del analista.

silvina dijo...

Escucharlo a Catola contar historias no tiene desperdicio. Puede contar diez veces la misma anécdota y las diez veces me hace reír, siempre va aggiornada con algo mínimo pero distinto. Y además lo hace con todo el cuerpo y con su mandíbula (iba a decir inmensa). Manuel López de Tejada merece un espacio acá. Aunque me sigo quedando con sus narraciones en vivo y en directo en cualquier mesa. Mañana lo llamo para que me cuente la de Arequito.
Negra, me parece que el párrafo sobre tu sesión de análisis genera inquietud.

miserman dijo...

Hace años que hago listas de errores graves, errores masomenos y de los otros.No hay caso, las pierdo,y los vuelvo a cometer.

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